Existen ciertas maneras predecibles mediante las cuales los miembros de una familia narcisista se relacionan unos con otros. Estas representan el criterio no articulado por el cual se espera que la familia funcione. El propósito de las reglas es aislar a los padres de las necesidades emocionales de sus hijos, proteger y mantener intacto al sistema parental. Por ello, todas estas “reglas para el funcionamiento” no articuladas desmotivan a los niños a comunicar sus sentimientos abiertamente a la vez que limitan su acceso a los padres, mientras que los padres tienen acceso ilimitado sobre los niños.
Comunicación Indirecta
En la familia narcisista, la comunicación directa y clara de los sentimientos es desalentada. Las personas expresan sus sentimientos de manera indirecta. Las peticiones rara vez son directas; en lugar de “Sam, ¿podrías poner la mesa?” uno escucha “¡Sería lindo que alguien pusiera la mesa!”. Cuando los padres están disgustados o enojados, usualmente son incapaces de expresar esos sentimientos a su tiempo y de manera adecuada.
Comunicación Triangular
Otra técnica ineficiente de comunicación usada en las familias narcisistas es la comunicación triangular. Los padres se comunican a través de un tercero, normalmente un niño.
Sin embargo, los padres “confían” normalmente en los niños, con la expectativa implícita, que el niño lleve el mensaje al otro. Los padres también suelen utilizar al niño como intermediario para no tener que
comunicarse directamente, planeando su vida alrededor del niño (o niños) y evitando así estar a solas entre si; en otras palabras, usan al niño en defensa a la intimidad. En un escenario a tres, uno de los padres emplea la comunicación triangular para formar una alianza con el menor en contra de otra persona, aplicando el concepto de “el enemigo de mi enemigo es mi amigo”. Esto confunde y daña al niño cuando el “enemigo” es el otro pariente del niño o un hermano o hermana.
De nuevo tratamos con familias encubiertamente narcisistas. Aparentemente, las necesidades de los niños están siendo atendidas, y tal vez pasen hasta mucho tiempo con uno o ambos padres. El problema, desde luego, es que la preocupación de los padres por satisfacer sus propias necesidades es la que dicta las normas en las relaciones familiares. Los niños no pueden predecir cuándo o por qué
llega una racha feliz ni cuando se va a acabar o ser denegada.
Sienten como que han “logrado hacerlo correctamente” cuando la intimidad está siendo motivada, y que “lo han echado a perder” cuando está siendo desalentada. En realidad ellos no son responsables por su inclusión o exclusión de la intimidad parental; el verdadero motivo se halla en las necesidades de los padres, y no en el comportamiento de los hijos.
Falta de Disponibilidad Parental.
La falta de disponibilidad parental se refiere a la disponibilidad emocional – la habilidad de tener conversaciones acerca de sentimientos. Muchos sobrevivientes dirán no haber tenido nunca conversaciones profundas con sus padres. Que los padres “hacían cosas” por ellos (como transportarlos, darles cosas o comprárselas), pero si realmente querían o necesitaban hablar de sus sentimientos, la conversación rápidamente se convertiría en una sesión de consejos (haz esto, haz lo otro), una pelea (tú debiste haber hecho esto o lo otro), o negación (tú no te sientes deprimido, estás hambriento y cansado; las cosas estarán mejor mañana). Los padres estaban siempre “demasiado ocupados” para hablar. Y, por supuesto, los niños podían constatar como los padres estaban ocupados, haciendo cosas por los niños, o la familia o el trabajo. Por lo que si los niños se sentían resentidos, era porque eran egoístas, estaban equivocados o de mal humor.
Límites confusos.
En la familia narcisista, los niños carecen de derechos. Sus sentimientos no les pertenecen; sus sentimientos no son tomados en consideración. Si no tenemos sentimientos, entonces los demás no
tienen por qué tomarlos en consideración.Problemas como el derecho a la privacidad tienen un color distinto en la familia narcisista. Por ejemplo, en una familia sana, se respeta y alienta la privacidad: los padres no entran en los dormitorios o baños sin tocar a la puerta primero, no escuchan las conversaciones telefónicas de los demás, tampoco leen el correo ajeno, y no dejan que los niños invadan su privacidad tampoco. Hay límites claros, reglas claras que gobiernan lo que los miembros de la familia pueden esperar el uno del otro.
En una familia abiertamente narcisista, puede que no haya ninguna regla que gobierne el problema de limitación, como el caso de la privacidad. La privacidad tal vez sea un concepto totalmente ajeno.
Las posesiones de las personas, su tiempo e inclusive sus propios cuerpos pueden ser propiedad de los padres, del cuidador, o de hermanos más poderosos o más fuertes.
En las familias encubiertamente narcisistas, pueden existir reglas claras para gobernar los límites, incluyendo la privacidad física. El problema, sin embargo, es doble. Primero, los padres pueden infringir las reglas si su necesidad lo dicta, y segundo, no hay límites en términos de expectativas emocionales para los hijos. Siempre se espera que los niños cubran las necesidades de los padres, pero las necesidades de los niños se suelen cubrir por pura coincidencia afortunada.
Los adultos criados en familias narcisistas a menudo no saben que pueden decir no – que tienen el derecho a limitar lo que quieren hacer para los demás, y que no tienen que estar física y emocionalmente disponibles para cualquiera en cualquier momento. En sus familias de origen, tal vez no hayan tenido el derecho a decir no, o a discriminar entre una petición razonable o descabellada. Los niños de de familias narcisistas no aprenden a establecer límites, porque no es del interés parental enseñarlos: ¡los niños podrían usar esas habilidades con ellos!
Carencia de Derecho.
La principal dificultad que implica el establecimiento de límites, los asuntos de intimidad y virtualmente cualquier problema de sobreviviente, tiene que ver con el derecho emocional. Para poder establecer límites con otra persona (ya sea diciendo no al sexo, rechazando llevar al adolescente a la tienda tarde en la noche para comprar un cuaderno porque se le “olvidó” pedirlo antes, o reclamando igualdad de paga en el trabajo), uno tiene que saber que tiene el derecho a sentir como lo hace: uno tiene derecho a
establecer límites, sentir el sentimiento o realizar la solicitud.
En las familias narcisistas, ya sean abiertas o encubiertas, los niños no tiene el derecho a poseer, expresar, o experimentar sentimientos que sean inaceptables para los padres. Los niños aprenden a hacer toda clase de cosas con sus sentimientos para que no les causen problemas con sus padres: los guardan, los subliman, los niegan, mienten sobre ellos, los simulan, y en última instancia olvidan cómo experimentarlos. Lo que ha sido extinguido durante la infancia – el derecho a sentir – es difícil de revivir en la vida adulta. Pero hasta que de adultos entiendan que tienen el derecho a sentir lo que sea que sientan, y que siempre tuvieron ese derecho, nunca serán capaces de dar un paso hacia adelante a la hora de establecer límites.
Y sin límites apropiados, todas las relaciones resultan distorsionadas y nefastas.
Lectura de Mente
Caroline, una joven que tratamos, fue una de estas personas bastante íntegras que mencionamos previamente en este capítulo; el producto de una familia narcisista, quien a pesar de ello logró que sus necesidades emocionales fuesen cubiertas por sus padres. A pesar de que las dos hermanas mayores de Caroline eran alcohólicas y disfuncionales, Caroline estaba felizmente casada, madre de dos niños en edad preescolar y cursando su estudios a media jornada para obtener el título de profesorado. Caroline acudía intermitentemente a terapia para tratar temas específicos; en otras palabras, a veces surgían circunstancias para las que la educación de Caroline no la había preparado, y asistía a dos o tres sesiones para “recomponer su cabeza”, como ella lo llamaba.
Una de esas sesiones tenía que ver con la lectura de la mente. La historia de Caroline. Caroline había sido criada en una familia narcisista donde una de las reglas inarticuladas era que el padre debía ser capaz de intuir los deseos de la madre sin que ella tuviese que mencionarlos. Si su padre acertaba, todo era miel sobre hojuelas. Sin embargo si el padre se equivocaba (lo cual sucedía la mayoría de las veces), ¡aquello se convertía en un infierno! Caroline recuerda a su padre preguntándole a su madre qué quería para Navidad, y su madre respondiendo dulcemente, “¿Por qué?, no seas tonto. ¡La Navidad es para los niños! No me regales nada”. Así que el padre no le regalaba nada, o sólo un detallito, y la madre actuaría herida y enojada durante días.
El mismo patrón ocurría en los cumpleaños y aniversarios. Su madre también se enojaría si se arreglaba y el padre no elogiaba su apariencia. Caroline recuerda haber preguntado a su madre por qué no le decía sencillamente a Papá que le dijera que se veía hermosa – que era importante para ella que él se lo dijera y notara su apariencia. Caroline nunca olvidó la respuesta de su madre: “Si tienes que pedirlo, pierde su valor”.
Caroline interiorizó ese mensaje muy pronto en su vida, y se volvió una parte integral de su visión del mundo. Si le tenía que decir a alguien lo que quería, entonces el regalo (unas palabras, regalos o presencia) dejaba de tener valor. Si alguien no podía leerle la mente acertadamente, entonces no había por qué expresar sus deseos y necesidades.
A la borda con los méritos de la comunicación asertiva. Esperar del esposo o de los hijos que sean capaces de leer la mente y satisfacer cada necesidad no expresada es una de las “reglas” más dañinas de familias narcisistas. Virtualmente está asegurando que nadie logrará cubrir sus necesidades: Yo no obtendré lo que quiero, y tú serás un fracasado por no dármelo.
Es un escenario en el que todo el mundo tiene que perder. En las familias donde la lectura de mente es un requisito para las relaciones interpersonales, la palabra debería se usa mucho: “él debería haber sabido que necesitaba que estuviese en casa; él debería de haber notado que yo nunca visto de azul”.
Otra de las cosas irritantes acerca de la necesidad de leer la mente es que frecuentemente ocurre a pesar de expresar protestas reales que indiquen lo contrario. ¿Recuerdan a la madre de Caroline insistiendo que no quería regalos, cuando en realidad si los deseaba? Los mensajes son en extremo complejos: no sólo debes leer mi mente para descifrar el mensaje real, sino que al hacerlo, no hagas siempre caso de las preferencias que haya podido expresar. Depende de ti adivinar si debes leer mi mente o hacer caso de mis preferencias explícitamente verbalizadas.
La madre de Caroline usó esta técnica de comunicación ineficaz (descrita después por Caroline como “las delicias del martirio”) en un sinnúmero de circunstancias provocando algunas veces graves resultados. Al enterarse la madre que tenía que someterse a una histerectomía de urgencia, Caroline recuerda la petición enérgica de su madre a su padre que no cancelara sus planes para participar en
un torneo de golf al que había invitado a un compañero que vivía en las afueras de la ciudad. Caroline tiene recuerdos vívidos de los comentarios de su padre que no quería estar jugando al golf mientras
operaban a su esposa, así como de la continua insistencia de su madre de que la vida de los demás no tenía que ser alterada sólo porque estaba en el hospital. Su padre finalmente accedió a sus expresos deseos. Caroline (que en ese momento tenía dieciséis años) observó un deterioro notorio en la relación de sus padres a partir de este punto. Sostiene que su madre nunca perdonó a su padre por no haber cancelado el torneo, y que la atmósfera en casa se volvió “tensa y triste” a partir de entonces.
Fuente:
Stephanie Donaldson-Pressman, Robert M. Pressman
Narciso y Eco. El Sistema Narcisista Original
La Familia Narcisista - Diagnóstico y Tratamiento
Editorial: Jossey-Bass
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