miércoles, 4 de febrero de 2015

La disculpa neurótica

No pidas perdón si no vas a cambiar


Sólo hay algo peor que agredir verbal o físicamente a un niño: hacerlo a menudo. Y sólo hay algo peor que agredirlo con frecuencia: disculparnos continuamente por ello. Contra la apariencia de humildad y ánimo reparador y conciliador por parte de los adultos, las disculpas rutinarias, lejos de minimizar las heridas infantiles, sólo ayudan a agravarlas. ¿Por qué?

Los niños no quieren disculpas, sino seguridad. Amor. Su misión no es perdonar a los adultos, sino ser amados por éstos. Etcétera. Por tanto, si nuestros errores son muy ocasionales, pedirles disculpas tiene todo el sentido, ya que así les demostramos que admitimos nuestra equivocación, que nos duele el daño que les hemos causado, que deseamos repararlo, que seguimos amándolos, etc. Pero si nuestros fallos, nacidos directamente de nuestra neurosis, se repiten continuamente sin solucionarse jamás, entonces nuestras disculpas tienen un valor muy distinto. Forman parte de nuestra neurosis y son, por ello, claramente tóxicas para los niños.

Los mosquitos, al picar, inyectan un anestésico que impide a sus víctimas defenderse apropiadamente. Igualmente, la disculpa crónica sin soluciones, nacida no tanto del amor cuanto de los sentimientos de culpa del adulto, confunde y desarticula la capacidad de respuesta del niño de varias maneras. Por ejemplo:


  • la disculpa intenta engañosamente "convencer" al niño de que es más amado de lo que realmente es (pues de otro modo no sería habitualmente agredido);
  • inhibe (reprime) su legítima -y necesaria- respuesta de enfado, odio y resentimiento;
  • le hace sentirse culpable por experimentar precisamente esas reacciones tan "injustas" frente a un agresor/a tan supuestamente "bueno" e "inocente"; 
  • le desarrolla deseos antinaturales de "proteger" al adulto;
  • le crea sentimientos de desconfianza, descrédito y rebeldía frente al adulto, ya que las palabras de éste nunca van acompañadas de hechos, de cambios, de mejoras reales.


En consecuencia, las disculpas inútiles de las madres y padres neuróticos van enseñando a sus hijos que:

  • el amor es una vivencia dolorosa, frustrante y basada en "perdonar", es decir, en tragarse los errores ajenos en vez de protegerse/reaccionar adecuadamente frente a ellos; 
  • es mejor, pues, negar la realidad, sobrevalorar e idealizar a los padres;
  • es mejor, con más motivo aún que cuando no hay disculpas parentales, desconectar de la propia soledad, de las verdades íntimas, de la dignidad, de la autoestima.  Neurotizarse.


Así, una vez más y como cabía sospechar, pedir perdón en vano -lo mismo que querer perdonar compulsivamente- es un síntoma más de la neurosis individual y social. Otra faceta del Cuarto Mandamiento. Un arma más de dominio y encubrimiento de las infinitas violencias cotidianas que se perpetran contra los niños -pero también entre adultos- en los millones de hogares.

Por JOSÉ LUIS CANO GIL
Fuente:http://www.psicodinamicajlc.com/_blog/pivot/entry.php?id=355#.VNJOrtLF_Ic

No hay comentarios.: